A la ronda de los amigos te invitamos a jugar...

"Antón, antón, antón pirulero,
cada cual, cada cual atiende su juego
y el que no, el que no una prenda tendrá"

"Aserrín, aserrán los maderos de San Juan
Piden pan, no le dan
Piden queso le dan hueso
Piden vino, sí le dan
Se marean y se van"

"En el puente de Avignon todos cantan, todos bailan
En el puente de Avignon todos cantan y yo también
Hacen así, así las lavanderas
Hacen así, así me gusta a mí"

"Juguemos en el bosque mientras el lobo no está
Juguemos en el bosque mientras el lobo no está

¿Lobo está?...

...Me estoy poniendo los pantalones..."

"Jugando al huevo podrido

se lo tiro al distraido

si el distraido no ve
huevo podrido es"

"El juego de la Oca ya empezó
ia ia o
Es muy divertido sí, sí, sí
Es muy aburrido no, no, no
10, 9, 8, 7, 6, 5, 4, 3, 2, 1, Ocaaaaa"


Y así pasaba el tiempo: entre rondas, sentada en el piso con las piernas cruzadas, o corriendo desesperada para que no me atraparan.
Viajes largos, siestas involuntarias, recreos...¡qué fácil era entretenerse!...tanto como ahora, cuando uno está en la ronda indicada.



Primeros recuerdos

Se dice que la memoria existe desde el mismo instante del nacimiento, pero que nuestro cerebro nos protege recluyendo los recuerdos de nuestro nacimiento y los primeros años de vida en el último nivel de nuestro subconsciente, porque esos momentos están llenos de sufrimiento: llanto al nacer, llanto al tener hambre, llanto al tener sueño, llanto cuando mamá no está cerca...
Por otro lado, dentro de los recuerdos que sí tenemos asequibles, hay algunos auténticos, puros, que uno tiene presentes sin que nada externo se los haya activado; otros que están guardados a la espera de que algún olor, imágen, o sonido, los traigan a la vida; y finalmente, están esos que uno se fabrica valiéndose de imágenes y situaciones inventadas para darle forma a lo que nos contaron que hicimos o dijimos.
La mayoría de las veces es difícil discernir cuando estamos ante un recuerdo puro y cuando nos dejamos llevar por lo que innumerables veces nos relataron. Pero este que les quiero contar, no me cabe duda que es auténtico, porque nunca nadie me contó nada al respecto; es más, nadie lo recordaba sino hasta que yo lo conté.

No es de los primeros recuerdos que tengo; el más viejo debe ser aquel en el que en la casa de mi abuela, cuando apenas sabía hablar, le pedí a mi mamá tener un hermanito; y mi mamá para complacerme me dio cuatro. Aún así, sin pertenecer a los inicios de mi memoria, tiene la ventaja de ser uno conservado con un detallismo abrumador, y sin que nunca nada la haya motivado para mantenerlo activo:

Tenía un poco más de 4 años, y yo renegaba para no dormir la siesta en la cama de abajo de la cuna funcional, donde hacían mejores méritos mis, por aquel entonces, únicos dos hermanos (uno de dos años y el otro que no llegaba al año). En ese departamento de dos ambientes, donde lo único espacioso era la bañadera que mis papás se habían hecho hacer a medida, todos dormíamos en la misma habitación que habían decidido osadamente pintarla de negro, con el único fin de expresar su alma hippie y gastar más luz.
Esa tarde, había venido de visita mi tía abuela con mis dos primas para conocer al benjamín. Si algo me faltaba para no querer dormirme era que viniera visita, trayendo masitas y un regalo a mi hermano: era un móvil, esos juguetes que se cuelgan en las cunas para entretener a los bebés. En cuanto lo ví girar, al son de su melodía acuosa -parecida a la de los sonajeros de celuloide de esas épocas- me encantó; y como todo chico de 4 años que se encapricha con lo que le gustó, hice tremendo escándalo para conseguir que me lo dieran, o que al menos le dieran cuerda eternamente para verlo funcionar.
Lo conservé y lucí muchos años en mi habitación, como si fuera propio (tengo la virtud de apropiarme de lo que me gusta, sin que el dueño me reclame nada). Hasta que un día, uno de mis hermanos (que para su suerte no recuerdo cuál fue), me lo rompió al engancharlo con la puerta donde estaba colgado.
El original era un poco más grande que el de la foto, que aunque no es tan bonito ni suena tan lindo, lo busqué sólo para poder materializar ese momento inolvidable.

Junto con ese recuerdo, se me hacen presentes otros tantos situados en la misma casa, e igual de auténticos: la lata hexagonal bordeau llena de golosinas (que jamás entendí como se mantenía intacta con tres chicos dándole vueltas...¿vendrá de ahí mi afición por coleccionar latas?); el olor a caramelo viniendo de la cocina diminuta; la tele blanco y negro ubicada a la altura del piso (y que mi madre me acusó de haberla tirado, cuando recuerdo claramente que fue mi hermano quien lo hizo); mi tío entrando cajas de gaseosas para festejar mi cumpleaños; la inmensidad de la bañadera que no me dejaba ver más allá de quien asomara la cabeza...

Aunque no tenga recuerdos muy iniciales ni tampoco muchos de los que pueda asegurar su pureza, los que tengo los cuido; porque si terminaron en mi memoria, aún como reflejos de los que tienen mis seres queridos, ya eso justifica que haga todo lo posible por conservarlos...aunque muchas veces, sean el fruto del juego del "teléfono descompuesto", donde cada uno revela la foto en el color que quiere.

A mis papás

Hoy voy a abusar de este lugar, para llevarlo lo más lejos que puedo en las emociones que me sabe guardar; porque la emoción de hoy es especial, está sobremotivada y más que bien merecida.
Elegí hoy, porque siempre preferí esperar para destacar, y esperé hasta que la ocasión fuera oportuna para los dos.
Elegí una dedicatoria compartida, porque no hay nada que deba decirle a uno que no le corresponda al otro (jamás hubiera sabido que responder a la infeliz pregunta de "¿a quién querés más, a mamá o a papá?").
Elegí este lugar, porque a pesar de haber padecido algunas lecciones vitales, todavía nos cuestan las demostraciones en vivo. Y porque en verdad, este espacio es de ellos, y de mis hermanos, de mis abuelos...yo sólo cuento lo maravilloso que es pertenecerles.

Bueno, hoy, acá, y a los dos, quiero regalarles públicamente mi orgullo: el que cuento acá, cada vez que recuerdo la mejor infancia; el que me callo, pero que se escapa con una sonrisa cuando le dicen a otros "es la hija de..."; el que se disimula poco, cuando me salgo de la vaina por contar sus logros y esfuerzos a mi gente; el que me viene de rebote de toda las personas que los han valorado; y el orgullo de ser pura consecuencia de su esmero, sacrificio y el don de dar lo justo.

Y como a los cinco años, cuando aprendí a sellar con mis manos todo el amor recibido, les digo que los quiero hasta la Luna ida y vuelta.
Y ahora, que ya aprendí a decir sin dibujar, les digo que los amo. Los amo por lo que son y lo que quieren ser, por lo que hacen y lo que saben no hacer, por lo mejor de Uds. y lo que no lo es, y no a pesar de lo peor. Sencillamente los amo; ni mucho ni poco, porque sólo se ama con el alma, que no tiene principio ni fin, ni un donde ni un hasta cuando.

Felices días. Felices vidas.

Epaminondas y yo

Ilustración de Mariana Ruiz

Hacía tiempo (muuuucho tiempo) que venía rastreando datos sobre la primer obra de teatro que vi en mi vida: Epaminondas. Durante muchos años no recordaba ni el nombre, hasta que finalmente me acordé, pero mal; y esa fue, evidentemente, la razón por la que no encontraba ningún dato de la historia. Pero hoy el fantástico asesor de Google "quizás quiso decir" funcionó, tan sólo por haber agregado la palabra mágica "cuento".
La obra la vi cuando tenía 4 años, en el salón de actos de mi jardín de infantes, representada por padres de los alumnos, entre ellos mi mamá, que desempeñaba su acostumbrado papel (y el que mejor le sale): la madre del protagonista.
Supongo que el interés especial de mi memoria en conservar las imágenes de esa obra se debe justamente a la presencia de ella en el escenario, aunque también deben haber colaborado la sensación de asombro que me produjo subir la imponente escalera de mármol que conducía al inmenso teatro (según lo que pude apreciar a menos de un metro del piso), donde debí sentarme en la butaca, tal como una hormiga que trepa al banco de la plaza.
El mismo cuento aporta su cuota para convertir el momento en inolvidable: Epaminondas era un nene de raza negra, a quien su mamá y su abuela lo tenían a mal traer yendo y viniendo con paquetes y mensajes. A pesar de que él le ponía muy buena voluntad -como todos los chicos-, su inexperiencia convertía lo sencillo en desastre -también como todos los chicos-. Así fue que en una oportunidad, su abuela le pidió que le llevara a su mamá un pan de manteca, que tal como le habían aconsejado sujetó firmemente debajo del sombrero, durante todo el camino de vuelta. No hace falta ser muy avispado para imaginarse como llegó Epaminondas a su casa: todo chorreado de manteca derretida. Y ahí, justito ahí, viene a mi memoria el recuerdo más fiel: los gritos de su mamá (que les recuerdo era MI mamá), levantándolo en peso por haber sido tan torpe.

Como no me advirtieron eso de "cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia", padecí en carne propia cada grito materno acusando la torpeza de Epaminondas. Porque como todos fui torpe de chica (capaz más que todos, en mi caso). Y también como todos, alguna vez fui mensajera: subiendo al escritorio de mi papá para preguntarle si quería que mamá le hiciera un café; o diciéndole a ella que papá gritaba por una toalla desde el baño; o el habitual "preguntale a tu padre", cuando pedía permiso para salir a pasear con amigas.

De yapa, y ya que estamos en esta faceta artística de mi mamá, no debo dejar de mencionar su excelente interpretación en otra obra infantil, de la que solo recuerdo su ingeniosa caracterización como hongo: una malla enteriza azul y una palangana en la cabeza, todo decorado con círculos de colores metalizados. Definitivamente, un vestuario que evidenciaba su dedicada maña para inventar cualquier disfraz.

Italpark

En una de las ferias, encontré esteee...bah, no se que es...títere, marioneta, o "pantera empalada" como la bautizaron por ahí. La cuestión es que me lo traje conmigo sencillamente porque me gustó, y porque su anterior dueño me dijo que "era de los que se vendían en el Italpark". Si me mintió, no lo se, pero al menos el dato me sirvió para acordarme de ese mundo fantástico, y eso solo ya lo hace rescatable.

“El más grande de Sudamérica”, decía una de las propagandas televisivas. Y a mí, con mis inocentes 10 años me importaba un bledo si era el más grande de Sudamerica o de la cuadra: yo quería ir!!!.
¡La magia que generaba ese lugar!: mirar atónitos cuando pasábamos con el colectivo, la ansiedad de estar en la puerta esperando que nos agarraran las entradas; la desesperación por correr a los juegos más populares…
Creo que no fui más de 3 veces, pero no obstante, todo los chicos estábamos todo el tiempo al tanto de lo que pasaba y dejaba de pasar en ese lugar increible.
La entrada era cara y sólo te incluía los peores juegos; para todos los buenos tenías que comprar las fichas adentro –si tenías suerte, habías conseguido alguno de los talonarios de pases gratis-. Además, no había forma de ir y que no empezáramos con el “¿me comprás?”, apenas veíamos al heladero o al que vendía el maní con chocolate. Para los papás era un día entero de stress: con los “no” en la punta de la lengua, y vigilando a cuatro ojos que no nos perdiéramos en ese mundo de enanos de metro veinte y monstruos de lata animados a botón.
Para colmo, las pocas veces que fui era muy niña aún, así que no me pude subir ni al Samba, ni al Matter Horn ni al Super 8 Volante (ojo, tampoco me amargaba demasiado, porque ya en esa época no me resultaba muy entusiasmante quedar cabeza abajo y con unas ganas de vomitar insoportables). Me tenía que contentar con el Twister, El Pulpo, y el Tren Fantasma, que asustaba menos que Casper. Por suerte, nos las ingeniábamos para marearnos en las tacitas hasta el punto de ponernos blancos, o para reirnos con nuestros cuerpos deformados en el laberinto de espejos. Más grande ya ni los autitos chocadores pude disfrutar, porque empecé a odiarlos, gracias a una vez que en una pista de karting mis hermanos se ensañaron conmigo tanto, que terminé llorando y haciendo parar a toda la rueda porque gritaba que me quería bajar.
Imborrable es uno de los recuerdos de la última vez que fuimos: asombrados con mi hermano ante una máquina que hacía helados de crema y te los servía en olitas, convencimos a mi mamá que nos comprara uno…sería por la originalidad, pero para mi siempre fue el helado más rico que probé en mi vida.
Hoy no hay más resto físico del Italpark que algún que otro juego que fue a parar al parque de diversiones de Luján, y un terreno, que de casualidad terminó en plaza, sencillamente porque luego de la trágica muerte se enteraron que no era edificable, y por eso a nadie le interesó hacerse de él.
Pero la magia de ese lugar no estaba en lo que hoy ya no está. La magia se la daba nuestras insuperables ganas de pasarnos los días ahí dentro, de sentir que era un mundo entero hecho a nuestra medida. Y así se conserva en mi memoria y en la de muchos. Y por suerte es de esos recuerdos fáciles de encontrar, que se activan con sólo un nombre, una imagen o un sonido, y que nos regalan una sonrisa nostálgica y contagiosa.

La imagen lo es todo

Hoy le toca el turno a mi tele favorita. La evolución es clara.

La pequeña Lulu

Tengo que admitir que este dibujito lo empecé a ver luego de cierta influencia de mi mamá, a quien vaya saber porqué la conmovía hasta el punto de imponérmelo subrepticiamente. Pero bueno, como sucede con tantas cosas a las que uno accede por obligación (o compasión), me terminó gustando.



Maya, la abejita

Si bien no recuerdo nada del dibujito, sí me es inolvidable la melodía "Maya Maya, la única abejita buena", que originalmente le cantábamos hasta el cansancio a una compañerita del cole a la que le decían Maia.




Verano azul

¡Cómo adoraba esta serie!.
Todas las tardes de mis vacaciones esperaba ansiosa escuchar la cortina musical, para abstraerme delante de la tele viendo si finalmente Bea -mi perfecto alter ego- concretaba su enamoramiento con Javi, o la travesura del momento de Piraña: -"Quieres una patada en el culo?"-...- "A lo mejor"-.
Como la mayoría de las series para adolescentes de esa época, con algún exceso de moralina, incluían episodios de cierto drama (muertes de seres queridos, intentos de abusos sexuales), e incluso algunos bizarros (como la llegada del visitante extraterrestre), que intentaban dar lección sobre como comportarse ante situaciónes similares.





Y finalmente, lo más de lo más:

Media Naranja



A confesión de parte, relevo de prueba: desde esta serie empecé a mirar con más cariño a mi vecino.

Reconstrucciones

Alguien me dijo hace poco que cuando la realidad nos sopapea tanto que nos desarma, la mejor forma de reconstruirse es en espiral: empezar desde ese único punto indestructible, inmutable, y desde ahí armarse, de adentro hacia afuera.
Si bien hasta ese momento no me había tomado el trabajo de idear sobre mi proceso diario, fue alentador escuchar que mi proyecto de ingeniería está patentado; al menos me da cierta seguridad porque fue probado y puede testimoniarse su éxito. Le pude poner un nombre a todo esto que de un año a esta parte vengo haciendo casi de casualidad (no sin querer, porque vaya que lo quise y lo quiero).
Tuve que empezar, como si nunca antes hubiera empezado; algo así como intentar caminar sin tener memoria de que para hacerlo se deben balancear los pies.
Y ahora, con cierta distancia, me doy cuenta que tuve el buen tino (o la suerte...hasta altura ya no me importa) de rescatar de los escombros lo que mejor me hace, en el más pleno sentido de la expresión: me hace sentir bien y me construye bien.
Ese es mi núcleo, de ahí empecé mi caracol, ubicando cerquita lo que quiero proteger del más mínimo soplido, pero que a su vez tiene la entereza justa para cubrirme las espaldas.
Todavía le faltan vueltas a mi espiral, por eso me duele si algo viene contra mí con demasiada furia. Pero estoy tranquila, porque ya tengo ese lugar desde donde puedo, ahora sí, volver a empezar.


Todo es más lindo si se dice sobre estrellas rosas


¡Cuántas cartas de amor y de amistad escribí sobre estos papeles!. Aunque les aseguro que por más lindos que sean no garantizan la buena suerte del deseo contenido.
Estos papeles de carta, con este mismo dibujito o con Sara Kay, Kitty, Frutillita o Snoopy, eran el objeto de colección preferido de mis inaugurales años de la escuela primaria. Durante el recreo, nos sentábamos en ronda en el patio, cada una con su carpeta llena de papeles de carta ubicados cuidadosamente con su respectivo sobre, para cambiar alguno por otro que no teníamos.
Siempre preferí la escritura a la palabra dicha (porque escribiendo no tenía que vencer mi timidez para dejar bien clarito lo que quería decir); y ya en esa inocencia creía que la belleza del "cómo se dice" hace que se aprecie mejor lo bonito del mensaje.
Guardo infinidad de cartas con destinatario pero sin destino, y algunas otras con destino pero sin destinatario.
Y guardo una escrita con el único fin de vengarme de uno de mis hermanos, por tomarse por hábito meter las narices en mi diario íntimo (el único que llevé en toda mi vida, porque aprendí la lección): le di una carta diciéndole que me la había dado una compañera mía del colegio. La carta -que no se cómo volvió a terminar en mis manos- dice:

"Hola, no se como decirlo, aunque pienso que ya sabes el motivo de esta, te lo digo, me gustas. Nunca supe de un caso de que una chica se le tirase a un chico pero el mio es especial. Hace mucho que lo vengo pensando y si lo seguia escondiendo (si se puede decir así, porque muy disimulada no fui) algo me iva a delatar pronto.
Mira, me caes ¡re-bien!, sos simpático, lindo y sobre todo divertido, espero no te agrandes. bueno ahora creo que entederás las razones de porque gusto de vos y tambien el medio que use para expresarlo.
No pretendo que vos pienses lo mismo de mi porque no creo tener esas cualidades. Te voy a contar, soy buena (a mi criterio) y de caracter podrido, pero en fin, no soy la "bella durmiente" pero tampoco soy una de las "hermanastras de cenicienta", soy impaciente (especialmente cuando me tienen que "contestar algo" y creo caerle bien a las personas.
Bueno yo ya cumplí ahora espero lo tuyo.
PD: Perdona si fui muy directa, pero aunque me gusta Castellano, en redacciòn no me va muy bien que digamos".

Obviamente no gasté uno de mis hermosos papeles de carta en esta maldad...apenas un poco de perfume Coqueterías para darle el "toque" perverso. Y sepan que la espantosa redacción, las faltas de ortografía y el "en redacción no me va muy bien" fueron sólo para despistar.