Una vez, cuando tenía 5 años, tuve la espantosa percepción de que todo lo que estaba viviendo era parte de un sueño. Y sentada en la cama de mi papás, viendo a mi mamá ordenar la ropa de invierno en ese ropero inmenso que ocupaba toda la pared, le pregunté cómo sabía ella que todo lo que nos sucedía no era un sueño.No recuerdo que me contestó, pero puedo asegurar que intentó calmar mi aparente ansiedad con una improbable pero rotunda respuesta que me confirmaba que lo que vivíamos era real.
Más de una vez volví a confundir las dimensiones, y reaccioné y tomé decisiones en función de hechos que solo habían estado en mi imaginación, ilustrados con un nivel de realismo y detalle asombrosos. Los resultados, increíblemente, nunca fueron demasiado catastróficos; quizás porque algunos sueños tienen la fuerza necesaria para empujarnos hacia otro casillero.
Más de una vez también, rogué infructuosamente estar soñando, y que tanto sufrimiento fuera solo consecuencia de pasar frío mientras dormía.
Aún hoy, a veces tengo la sospecha de que estoy viviendo más a crédito de mi imaginación y mis sueños, que a costa de lo que realmente sucede; ahora sí temo que el desengaño no sea gratuito.
Pero lo que sí sería ciertamente catastrófico es que aquellos que son columnas de mi realidad, sean una fachada, una mentira creada, creída o sostenida por mí, o por ellos, da igual.
Capaz sea esa sospecha la que me intimida, la que no me deja rasquetear demasiado la superficie, la que me provoca a contentarme con lo que me cuentan.
Y aunque no es lo que debería ser, es así, y tampoco le encuentro la salida a esa ruta.
Más de una vez volví a confundir las dimensiones, y reaccioné y tomé decisiones en función de hechos que solo habían estado en mi imaginación, ilustrados con un nivel de realismo y detalle asombrosos. Los resultados, increíblemente, nunca fueron demasiado catastróficos; quizás porque algunos sueños tienen la fuerza necesaria para empujarnos hacia otro casillero.
Más de una vez también, rogué infructuosamente estar soñando, y que tanto sufrimiento fuera solo consecuencia de pasar frío mientras dormía.
Aún hoy, a veces tengo la sospecha de que estoy viviendo más a crédito de mi imaginación y mis sueños, que a costa de lo que realmente sucede; ahora sí temo que el desengaño no sea gratuito.
Pero lo que sí sería ciertamente catastrófico es que aquellos que son columnas de mi realidad, sean una fachada, una mentira creada, creída o sostenida por mí, o por ellos, da igual.
Capaz sea esa sospecha la que me intimida, la que no me deja rasquetear demasiado la superficie, la que me provoca a contentarme con lo que me cuentan.
Y aunque no es lo que debería ser, es así, y tampoco le encuentro la salida a esa ruta.