Porque los viajes siempre tienen regresos; porque cuando uno viaja sólo se lleva su cuerpo, pero su alma y sus memorias siguen estando un poco o mucho por donde andaban; porque acá, en este París, seguirá viviendo Manuelita, con o sin su relatora, este regreso no será más que uno de muchos, espero.
Esta "entrada", la tenía en borrador, vaya a saber uno porqué, debió aguardar en la sala de espera hasta hoy:
Nunca fui demasiado entusiasta con mis proyectos. Es más, pocos deseos he dejado madurar hasta la edad de proyectos; más bien, siempre tuve la cómoda tendencia a frenar mis aspiraciones antes que la imaginación le diera rienda suelta a mi ansiedad y se concretaran en un abrir y cerrar de ojos. La razón de tanta racionalidad junta, la ignoro.
Pero hace un tiempo me le animé a uno de mis inveterados proyectos, y ya es una realidad.
Y es uno de aquellos que me lleva otra vez a todo este mundo de mi infancia, y que pone en práctica las ganas siempre intactas de que otros puedan disfrutar de lo que yo tuve suerte de gozar. Porque siempre me gustó más regalar que quedarme con el regalo.
Ya de niña inventaba las oportunidades infinitas para regalar; y cuando no había algún preciado regalo recibido para re regalar, debía poner manos a la obra e inspirar la creación. Así le he hecho un babero a uno de mis hermanos, recortando un pedazo de toalla y pedacitos de tela, cocidos como voladitos con la prolijidad de una mosca haciendo de araña; o un perchero con un trozo de madera de cajón de gaseosa y broches de ropa pintados con la pintura marrón y celeste que quedó tras la lavada de cara de la pileta; o un portalápices de lata que se iba deshojando día tras día cuando perdía los adornos que inocentemente había querido pegar con plasticola.
Mi ansiedad no se ha amigado nunca con mis irrefrenables deseos de ver la cara de alegría del destinatario; pero mi mayoría de edad me permitió ser titular de una tarjeta de crédito que hoy está más destinada a regalar lo deseado e inasequible, que a llenar las alacenas. Debo confesar que sólo es síntoma de mi narcisismo más sano, queriendo quedarme con la sonrisa del otro, y eternamente en su recuerdo.