Gracias a los No de la infancia

Advertencia previa para padres - para los míos solamente-: en la lectura de los párrafos que siguen, téngase presente que nada de lo comentado contiene un ánimo de reproche (agradézcase a la psicoterapia).


El otro día pude comprobar que la lista de mis frustraciones infantiles es más larga de lo que pensaba. Siempre, pero siempre, estaban justificadas por decisiones de mis viejos, que pregonaban con convicción y orgullo. Siempre pero siempre, escondían segundos argumentos que recién hoy, logran hacer olvidar mis enojos infantiles.

Hasta que cumplí los 13 o 14 más o menos, mi vieja nos daba de cenar a las 8 de la noche, y nos mandaba inmediatamente después a dormir, con la excusa de que nos levantábamos muy temprano al día siguiente. Sin duda era así, pero seguramente la motivaba más que su preocupación por nuestro sueño, su desesperada intención de conseguir un poco de paz en la casa. Obviamente, esta regla traía su cola, porque todos las benditas series que al día siguiente serían el libreto preferido de los juegos entre mis compañeras de colegio, se daban después de las 8 -V Invasión Extraterrestre, Kit el Auto Fantástico-. Mas vale que jamás reconocí que no las veía, y de alguna forma me las ingeniaba para jugar igual, pero mi astucia no amainaba mi repetida angustia nocturna.

Una con consecuencias menos naif, fue la decisión de que no lleváramos plata al colegio. Sin obviar la vergüenza que me daba el sacar de la mochila mi reluciente manzanita mientras mis compañeras hacían la fila del kiosco para comprarse un pebete o un Jorgito, aún hoy expío culpas por lo que esa rotunda decisión ocasionó: le robé a la maestra de primer grado toda la plata que había recaudado para la excursión (unos 200 pesos de hoy)…la tiré disimuladamente al piso, la agarré y corrí al kiosco a hacerme la Robin Hood, comprándole golosinas a todo el que se me cruzó en ese instante. Todo sucedía ante el asombro y desconfianza de la monja que lo atendía (sensaciones que no le incomodaron en lo más mínimo para concretar su venta). Lo más grave, es que al verme descubierta en la mala senda, le eché la culpa a una compañera que ya venía con mala fama a cuestas.

Si bien, esas no han sido mis únicas frustraciones, después de lo que conté, resulta banal recordar que jamás tuve una Barbie, un Pequeño Pony, o un Pin y Pon; tanto como agregar que recién a los 12 años me compraron mi primer cassette (uno de los Beatles); o que hasta los 17 fui a bailar apenas dos veces, una en un fiesta en la casa de una amiga, y la otra en el colegio, con todas las monjas vigilándonos (no querían que se me hiciera costumbre…exageraron un poquito me pa´).

Pero bueno, acá estamos, con todas mis frustraciones encima…y reproches más, reproches menos, orgullosa de los papás que tuve.

4 comentarios:

El rincòn de mi niñez dijo...

jajajaja Morí de la risa con la anécdota de la guita!!pero que mala sos jajajaja culpaste a las mas mala !!.
Todos tenemos algunas frustraciones de la infancia y no tanto.Yo tampoco tuve barbies ni pin y pon....ni nada de esas cosas será por eso que ahora lo disfruto tanto...?Mi primer boliche tambien fue a los 18 años, y no la pasaba muy bien que digamos, mi primer novio a los 15 ,tardé 4 meses en decirle que sí. y meses en darle el primer piquito... jajajaja ¡¡que tarada!! cuando lo empecé a disfutar el destino me lo llevó...
Bueno en fín....a pesar de haber tenido frustraciones infantiles y en la adolecencia.Soy feliz de estar acá.... y espero que por mucho tiempo,mas.

Manuelita dijo...

Y bue...para que sirve ser chico si no es para culpar a otro de las macanas que se manda uno?

"Curtida, pero de buena calidad"

Marina Judith Landau dijo...

Exelennnnte!!! Me he matado de risa!!! Además, me conmovió lo creativo del "Modus Operandi", eso de andar tirando el dinero para poder levantarlo luego, está genial, ja ja ja
Y no te sientas mal por haber culpado a otra, eso está compensado por la generosidad con la que compartiste tu botín. La monja del kiosco: un personaje de aquellos, da para un cuento, eh!
En cuanto al tema de reproches y no reproches...me suena a que ya podrías dejar de pedirles perdón a tus padres...que ya sabemos muy bien que ellos hacen siempre lo mejor y por nuestro bien, bla bla bla bla...pero que también es bueno que se hagan cargo de sus errores... y si no les gusta, que no lean tu blog, y listo. Lo que hicieron lo hicieron, que se hagan cargo. Yo tampoco tuve barbie, ni un montón de cosas, y me dejaron ir a bailar muy grandulona y con mi hermano de vigilante. Ya les he perdonado todo, porque los quiero mucho. Pero eso no quita que me hayan limitado mi libertad y marcado a fuego. Basta de pedirles perdón a nuestros padres por decir las verdadesssss!! Perdón, creo que me entusiasmé demasiado, je je... Bue, es que la plata gastada en terapia tiene que haber sido bien invertida, libertad, libertad, libertad!!
Te mando un beso, te agradezco por tu post. Y te pido disculpas si comenté con vehemencia.

Manuelita dijo...

No te disculpes!! acá no hay límites de palabras...aprovechá y desquitate.
Tenés razón, no hay que pedir perdón por quejarse; sino para qué estamos los hijos? que me paguen la terapia ahora!!!
Besototes y gracias por tu visita