Me sorprendí despertándome de golpe, de un sueño que temo premoritorio, en el que tuvieron rienda suelta todos mis miedos, encarnados en perfecciones que pelean contra mi autoestima, en escenas que acusan recibo de pasados demasiado presentes, y en finales anunciados; una síntesis del dolor que supe provocar y que como un boomerang viene a tomar su lenta revancha.
Sin la más mínima conciencia de lo que hacía, me despabilé cuando terminé de escribir todo la interpretación de mi pesadilla en un relato de esos que cuando se leen se los reconoce ajenos. Demasiado exacto; demasiado evidente; demasiado posible.
Y mi día se pareció a esos que antes me tenían refugiada en mis escondites hasta la noche.
Extraño mis escondites. Los tuve hasta cuando ya no fui tan chica y podía irme lejos para descargarme o llorar. Estaban en mi quinta, en ese hueco exterior que dejó el constructor entre el dormitorio y el galpón, en el que apenas cabía sentada, pero donde nadie me veía a menos que se parara justo frente a mí; o en una de las esquinas del parque, detrás del inmenso tronco de un pino; o detrás de la habitación chica de la planta alta de casa, entre la pila de libros que esperaban una biblioteca.
Solía escabullirme muchas veces para dejar escapar mi angustia, hasta que cansada de llorar o patalear (literalmente pataleaba mientras gritaba mordiéndome los labios) me distraía con algún libro que encontraba en la pila sobre la que me sentaba, o viendo tras el cerco al vecino que mi abuela había bautizado de ex nazi exiliado, y lo acusaba de subsistir comiendo perros que mataba de una cuchillada.
Ya no tengo escondites reales pero aún necesito aislarme, caminando desapercibida por el entorno.
Ya no sueño que doy saltos tan altos que me hacen volar, ni que bailo perfectamente un vals con el vestido que vi en la propaganda de la tele. Mis pesadillas son más complejas que soñar que voy al colegio en pijama, o que no tengo los zapatos puestos cuando me encuentro con el chico que me gusta.
Y tampoco puedo dormirme pensando en mis dibujitos favoritos para fabricarme mi sueño ideal, o continuar el sueño luego de haberme despertado en la mejor parte para ir a hacer pis.
"...eliminar esos rotundos soñar y despertar que no querían decir nada, situarse más bien en esa zona donde otra vez se proponía la casa de la infancia, la sala y el jardín en un presente nítido, con colores como se los ve a los diez años, rojos tan rojos, azules de mamparas de vidrios coloreados, verde de hojas, verde de fragancia, olor y color una sola presencia a la altura de la nariz y los ojos y la boca..."
"Hizo un violento esfuerzo para salirse del aura, renunciar al lugar que lo estaba engañando, lo bastante despierto como para dejar entrar la noción de engaño, de sueño y vigilia, pero mientras sacudía unas últimas gotas y apagaba la luz y frotándose los ojos cruzaba el rellano para volver a meterse en la pieza, todo era menos, era signo menus, menos rellano, menos puerta, menos luz, menos cama..."
("Rayuela", Julio Cortázar)
Sin la más mínima conciencia de lo que hacía, me despabilé cuando terminé de escribir todo la interpretación de mi pesadilla en un relato de esos que cuando se leen se los reconoce ajenos. Demasiado exacto; demasiado evidente; demasiado posible.
Y mi día se pareció a esos que antes me tenían refugiada en mis escondites hasta la noche.
Extraño mis escondites. Los tuve hasta cuando ya no fui tan chica y podía irme lejos para descargarme o llorar. Estaban en mi quinta, en ese hueco exterior que dejó el constructor entre el dormitorio y el galpón, en el que apenas cabía sentada, pero donde nadie me veía a menos que se parara justo frente a mí; o en una de las esquinas del parque, detrás del inmenso tronco de un pino; o detrás de la habitación chica de la planta alta de casa, entre la pila de libros que esperaban una biblioteca.
Solía escabullirme muchas veces para dejar escapar mi angustia, hasta que cansada de llorar o patalear (literalmente pataleaba mientras gritaba mordiéndome los labios) me distraía con algún libro que encontraba en la pila sobre la que me sentaba, o viendo tras el cerco al vecino que mi abuela había bautizado de ex nazi exiliado, y lo acusaba de subsistir comiendo perros que mataba de una cuchillada.
Ya no tengo escondites reales pero aún necesito aislarme, caminando desapercibida por el entorno.
Ya no sueño que doy saltos tan altos que me hacen volar, ni que bailo perfectamente un vals con el vestido que vi en la propaganda de la tele. Mis pesadillas son más complejas que soñar que voy al colegio en pijama, o que no tengo los zapatos puestos cuando me encuentro con el chico que me gusta.
Y tampoco puedo dormirme pensando en mis dibujitos favoritos para fabricarme mi sueño ideal, o continuar el sueño luego de haberme despertado en la mejor parte para ir a hacer pis.
"...eliminar esos rotundos soñar y despertar que no querían decir nada, situarse más bien en esa zona donde otra vez se proponía la casa de la infancia, la sala y el jardín en un presente nítido, con colores como se los ve a los diez años, rojos tan rojos, azules de mamparas de vidrios coloreados, verde de hojas, verde de fragancia, olor y color una sola presencia a la altura de la nariz y los ojos y la boca..."
"Hizo un violento esfuerzo para salirse del aura, renunciar al lugar que lo estaba engañando, lo bastante despierto como para dejar entrar la noción de engaño, de sueño y vigilia, pero mientras sacudía unas últimas gotas y apagaba la luz y frotándose los ojos cruzaba el rellano para volver a meterse en la pieza, todo era menos, era signo menus, menos rellano, menos puerta, menos luz, menos cama..."
("Rayuela", Julio Cortázar)
1 comentario:
El subconsciente manda señales, nosotros deberemos -en cada etapa de nuestra vida-, intentar desentrañarlas...
Saludos!
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