Y salvo alguna que otra excepción, el esfuerzo dio excelentes resultados, ya que no tuve la más mínima identificación con mis pares: no fui fanática de ningún grupo de rock; no me importaba vestir ropa de marca; no tuve aspiraciones (ni inspiraciones) por ningún galán de novela; no llené mi cuarto de posters de cantantes (apenas, en algún frustrado intento de sentirme "normal" tapé las manchas de humedad con publicidades recortadas de revistas); no hice la dieta del yogurth; no me rateaba del colegio; jamás fui a un examen sin estudiar; no le mentí a mis papás sobre mi salidas; prefería leer, escuchar música clásica, comprar libros en lugar de ropa, ir al Colón antes que al cine, quedarme en casa cocinando para mi familia, en vez de ir a una fiesta...
Así una vez, ante la cuerda negativa de mis compañeras a hacer papelones a lo grande, tuve la osada idea de ofrecerme para llamar por teléfono a Pablo Rago (en ese momento galancito y protagonista exitoso de Clave de Sol) para convencerlo de que fuera de visita a mi colegio. Llamé haciéndome pasar por una de las actrices de la novela, pero cometiendo la torpeza de presentarme con el nombre del personaje y no con el real. Mi falta de perspicacia hizo que quien estaba del otro lado del teléfono (afirmando ser el galán en cuestión) sintiera compasión por mí, y después de complacerme con unos minutos de charla histérica, prometiera ir a mi colegio a visitarnos a mis compañeras y a mí. Ilusa, le creí; creí haber hablado con Pablo Rago, y creí que vendría al día siguiente a mi colegio. Hasta tal punto le creí, que mi incontenible ansiedad por dar la noticia de que había pasado mi prueba de fuego para pertenecer al club de las "normales" no me dejó dormir esa noche. Recién después de desparramar la novedad entre todas mis compañeras me hicieron dar cuenta que jamás le había dado la dirección de mi colegio.
La única excepción a mis excentricidades adolescentes de la que puedo hacerme cargo por haberla pergeñado en pos de mi más egoísta interés, es haber tenido dos novios al mismo tiempo.
Un mes antes de cumplir quince años, me puse de novia con el único motivo de llenar el casillero correspondiente. Al poco tiempo, conocí a otro chico con capital suficiente para conquistar mi corazón libertino y ponerle varias monedas a mi ego. Y bien, como pasa en las películas, ambos pretendientes terminaron en mi fiesta quinceañera enfrentados por mi "amor": uno sin enterarse que yo había decidido poner fin a nuestro noviazgo, buscando trompear al otro que no había sido invitado, pero que sí era más que bienvenido y merecedor de mis besos a escondidas. Pero como pasa en la vida real (al menos en la mía), ninguno de los dos pensó que yo valía tanto como para irse con un ojo morado, y al mes siguiente me quedé sin el uno y sin el otro.
Un día dejé de lamentarme por no pertenecer, y me dediqué a disfrutar de quien era y lo que hacía. Ese día me di cuenta que había todo un mundo que no pertenecía.