Vi una foto, una más de las que ya vi cientos de veces; y como cientos de veces lloré, otra vez.

La vi en un lugar ajeno, de quien deja saber que la encontró por ahí, probablemente sin buscarla, y quien seguramente no lloró al verla, pero entendió; por un instante al menos entendió mi dolor intenso, inacabable, igual al de muchos, demasiados.

Es inevitable que me acuerde de los momentos en que las lágrimas eran lo único que podía decir; que me de cuenta, una vez más, de todo lo que ya no va a pasar, lo que jamás voy a poder escuchar, esperar, compartir, estrechar.

Hoy tengo el alivio efímero de poder recordar con alguna sonrisa todo lo anterior al llanto, de extrañar contando y escuchando.Pero dura poco, y no alcanza para calmar la memoria que se prende con el calor, con una canción, con un lugar, con una foto, con un abrazo, con una fecha...en infinitos momentos.

Y debo ser feliz, por mi, por él, para los míos, porque no tengo derecho a desperdiciar mi abundancia.

Mientras, el resto ignora, y habla, y exige, y chilla; mientras, otros ven y lloran.