Espiando al monstruo por arriba de la sábana

Hasta hace un instante, me sentía mi vieja pataleando contra el avance de las computadoras, y diciendo que ella jamás iba a caer en la tentación de dejar su máquina de escribir.
Y acá estoy, justito acá, en lo hondo de mi tentación.

"La mayoría de las veces le entristece leer la voluntad de otros, sus poéticas vivencias, sus originales placeres. Pero con un morbo sencillo, curiosea retazos de sus experiencias, envidia sus prosas, y deja algún rastro comentando anónimamente. Desesperadamente elije el título más cruel, el que sabe que contiene todo lo que no será, todo lo que no hará. Y es como mirar la polenta hervir, que da impresión, pero no deja de mirar.

Envidia, hasta aquello que vivido le haría sufrir, llorar y escribir. Porqué?, porque quiere su vida, la tuya, la que leyó y la que imagina que tiene él.

Esa gente le hace temblar; le exaspera su control arduo sobre lo que quieren contar, y la efectividad de sus intenciones. Siempre consiguen lo que quieren. Y si no lo quieren lo consiguen igual. Y él sí lo quiere.

Uno siempre siente que la vida de otro es mejor...y su vida es tan simple, tan desconsoladamente simple...

Y aunque ama su vida así, como pinta, perfectamente simple, concisa, precisa, justa, acotada a lo que quiere, limitada a lo que le gusta, también quisiera esas otras, de las que no sabe nada, solamente que llaman la atención, que tienen otra luz de la mirada de quien le importa, otras frases habituales, saludos cotidianos, complicidades. Pero no quiere perder lo que tiene: quiere todo, quiere ser todos.

Su vida es así de simple: rebuscada al ver la de los demás".

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